No sé si sabes
que la belleza de un poema
-la invisible humareda que atrae
suspiros, nudos en la garganta,
alaridos en sordina-
no existe fuera e independientemente
de él.
No hay un "cierto lugar del cielo"
donde la belleza se halle en los andenes
de la encarnación,
en que las flores tengan prohibido marchitarse
y aspirar el oxígeno negro de la muerte,
en que Heráclito opte por el silencio
o en que las palabras nunca y siempre
estén como pez en el agua.
Escucha. La belleza es el producto
de un poema altamente organizado,
con vocablos que hincan sus raíces
en la página sin roturar
y arrojan sys flores y sus frutos
en tu mente.
Si te fijas bien,
entre la cabeza y los pies del poema,
entre la estratégica bienvenida del principio
y el final sorprendente que rubrican
tus lágrimas lectoras,
se halla, parpitando, el corazón del texto
en algún escondrijo del papel.
De esta noble y fatigada víscera borbota
la sangre que corre
por las letras, las imágenes, los versos
y los escondrijos de tesoros
que se hallan entre líneas.
No platiques, lector,
de lo que dice el poema.
No digas: "son expresiones tan insignificantes
como el ápice oscuro que,
al olvidar su hormiguero,
se halla desorientado a la mitad del cosmos".
Pero tampoco: "son versos que rompen
el equilibrio del universo".
Por favor no te atrevas a decir:
"son expresiones redactadas en forma de riachuelo
para que Narciso se contemple",
"peñascos que llevan en el cuello
la ley de gravedad",
"retahóla de pájaros furiosos
que van tras el destino".
No describas.
No pretendas sacar algo en claro.
Aleja tus uñas voluptuosas
de la carne inmarcesible.
Mejor apréndetelo de memoria.
Hazlo tuyo.
Dilo en voz alta cuando empiece
a resquebrajarse el mundo.
Que forme parte de la galería de milagros
de tu entraña.
Comulga con él.
Paladea a cada instante su portento.
Recítalo, recítalo,
y al hacerlo, vislumbra
que te hallas recitándote a ti mismo.
Tomado de la sección Arcón de tesoros, del libro Poeta en la ventana, de Enrique González Rojo, libro conmemorativo de sus 80 años de vida, es una coedición de Versodestierro y El municipio de Ecatepec.
Enrique González Rojo Arthur nació en México, D.F., el 5 de octubre de 1928 en un ambiente rodeado de libros. Como el mismo cuenta, poco después de haber nacido sobrevino un temblor y se cayeron dos tomos de la Enciclopedia Británica en su cuna y por poco fue víctima de un "Enciclopediazo". Pero esta no fue la única razón por la cual ha dedicado gran parte de su vida a la lectura y escritura de libros. El ambiente le fue propicio. La educación del abuelo y del padre -sobre todo del primero- sembraron en Enrique una afición y un gran placer por la cultura. Desde muy jóven, cuando su abuelo le preguntaba por un libro, sabía en dónde encontrarlo en la biblioteca. Se había convetido en el librero de la casa. Más tarde expresaría claramente cómo esta devoción determinaría su entorno: ha vivido en bibliotecas que tienen casa, no en casas que tienen biblioteca. (...)
http://www.enriquegonzalezrojo.com/
que la belleza de un poema
-la invisible humareda que atrae
suspiros, nudos en la garganta,
alaridos en sordina-
no existe fuera e independientemente
de él.
No hay un "cierto lugar del cielo"
donde la belleza se halle en los andenes
de la encarnación,
en que las flores tengan prohibido marchitarse
y aspirar el oxígeno negro de la muerte,
en que Heráclito opte por el silencio
o en que las palabras nunca y siempre
estén como pez en el agua.
Escucha. La belleza es el producto
de un poema altamente organizado,
con vocablos que hincan sus raíces
en la página sin roturar
y arrojan sys flores y sus frutos
en tu mente.
Si te fijas bien,
entre la cabeza y los pies del poema,
entre la estratégica bienvenida del principio
y el final sorprendente que rubrican
tus lágrimas lectoras,
se halla, parpitando, el corazón del texto
en algún escondrijo del papel.
De esta noble y fatigada víscera borbota
la sangre que corre
por las letras, las imágenes, los versos
y los escondrijos de tesoros
que se hallan entre líneas.
No platiques, lector,
de lo que dice el poema.
No digas: "son expresiones tan insignificantes
como el ápice oscuro que,
al olvidar su hormiguero,
se halla desorientado a la mitad del cosmos".
Pero tampoco: "son versos que rompen
el equilibrio del universo".
Por favor no te atrevas a decir:
"son expresiones redactadas en forma de riachuelo
para que Narciso se contemple",
"peñascos que llevan en el cuello
la ley de gravedad",
"retahóla de pájaros furiosos
que van tras el destino".
No describas.
No pretendas sacar algo en claro.
Aleja tus uñas voluptuosas
de la carne inmarcesible.
Mejor apréndetelo de memoria.
Hazlo tuyo.
Dilo en voz alta cuando empiece
a resquebrajarse el mundo.
Que forme parte de la galería de milagros
de tu entraña.
Comulga con él.
Paladea a cada instante su portento.
Recítalo, recítalo,
y al hacerlo, vislumbra
que te hallas recitándote a ti mismo.
Tomado de la sección Arcón de tesoros, del libro Poeta en la ventana, de Enrique González Rojo, libro conmemorativo de sus 80 años de vida, es una coedición de Versodestierro y El municipio de Ecatepec.
Enrique González Rojo Arthur nació en México, D.F., el 5 de octubre de 1928 en un ambiente rodeado de libros. Como el mismo cuenta, poco después de haber nacido sobrevino un temblor y se cayeron dos tomos de la Enciclopedia Británica en su cuna y por poco fue víctima de un "Enciclopediazo". Pero esta no fue la única razón por la cual ha dedicado gran parte de su vida a la lectura y escritura de libros. El ambiente le fue propicio. La educación del abuelo y del padre -sobre todo del primero- sembraron en Enrique una afición y un gran placer por la cultura. Desde muy jóven, cuando su abuelo le preguntaba por un libro, sabía en dónde encontrarlo en la biblioteca. Se había convetido en el librero de la casa. Más tarde expresaría claramente cómo esta devoción determinaría su entorno: ha vivido en bibliotecas que tienen casa, no en casas que tienen biblioteca. (...)
http://www.enriquegonzalezrojo.com/
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