Hemos abierto los ojos. La palabra le da de comer al enigma. El enigma le da de comer a nuestros ojos. Nos hemos incorporado. La frente ha perdido su temblor nocturno, su palidez suscita sombras. La frente, allí donde hubo ondas como en el agua cuando cae un guijarro. (Pero no hay arrugas ahora que indiquen la caída de un cuerpo.) Estamos despiertos. Pertenecemos a la voz que no volverá a nombrarnos al epitafio que no hicimos, al pecho que la noche de otoño dardeó con su brillo. Hemos abierto nuestra altura, nuestra altura profunda como la muerte. Y miramos la postergación, la niebla inventada por la respiración frente al espejo el empeñamiento inequívoco que el fondo del mar no necesita. Sí, la seriedad de la luz nos hace sonreír. Miramos la deserción y el periódico obligatorio, las aguas que el abismo lanza en una caída de párpados, la boca que intenta reverdecer en una palabra sagrada. la tristeza donde el olor del infinito arrecia. Lo sabemos de pronto. Olvidamos el nombre del obje
en la luz primera guardé mi voz