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Estabamos en eso de salvarnos / María Rivera


Estábamos en eso de salvarnos, estábamos
     amargos y oscuros
     sobre el caballo del tiempo.

Tú no me veías, 
     debí saberlo. Tú no me veías
     zozobrando.

Una tarde sembré un brazo de siempreviva
     porque estábamos en eso de salvarnos
     y yo pensaba en los retoños 
      con apasionada inocencia,
     mientras el mar, su cadera turbulenta,
     nos arrojaba entre médanos de niebla.

Era el cielo tendido entre dos mares,
     el grito acallado en la garganta
     con hirvientes alfileres,

pero estábamos en eso de salvarnos,
     porque pensaba "qué hermoso sería
     salvarse entre dos manos". 

Porque estábamos en eso de salvarnos
     caminé tras de otros pasos
     con la voz atenazada por la asfixia,
     una urgencia de metales y campanas,
     mientras las llamas devoraban
     la maleza que crecía entre nosotros.

Porque estábamos en eso de salvarnos,
     quise entregarme a la delicia del ensueño
     en una habitación donde la sangre
      y su ramo carnal
     pudieran cerrarme los ojos,

porque estaba en eso 
     de caminar sobre la cuerda, 
     y era nada más salvarse, 
     para no poner
     el pie sobre el vacío, poner
     el pie sobre la cuerda.

Fue por eso, 
     porque la muerte tenía 
     la blancura toda para ella,

que anduve de cima en cima
      desterrada, 
     y los frutos todos
      amargaban mi lengua;

porque estábamos heridos y solos
     en esa desventura, en esa tierra
     donde los hombres
     se conocen a sí mismos,

mientras los otros, envilecidos como hienas
      y voraces aves de rapiña,
     nos miraban persiguiendo
      estrellas en un pozo:

la perra que viste vestirse de cisne,
     la muda nutria desangrada,

y porque sabía ya de esa sombra, 
     de su hondura casi agua, casi cielo,

porque había que cerrar los ojos,
     no ver hacia adelante,

porque adelante estaba ya la tierra,

porque en su negro rumor,
     entre sus brazos,
     vi nacer un manantial,
     toqué sus aguas,

y la tierra tenía sabor a pan,
      a fruto,

porque vi, cayendo, todo el amor
      desbordado y cierto
     una noche sin palabras.

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