Es noche de diciembre
y un presagio más agudo que el frío
de todos los inviernos
se aposenta en mi alma,
en mi alma, donde un fuego puntual
sigue licuando, lenta, pacientemente,
los granizos hostiles
del río congelado de lo sueños.
Y el presagio es apenas
un lamento indeciso, que no logra,
integrarse en el llanto.
Mi sangre es un oleaje agresivo y demente,
en que navegan barcos fantasmas, sin piloto,
hacia innombrables puertos
donde atracan gaviotas de alas despedazadas
por cuchillos violentos.
Quiero saber mi historia,
mi ubicación, mi nombre,
mis pasos anhelantes por la tierra.
Quiero tocar mis manos y mi frente,
sorprender un calor
sobre la estepa de mi piel dormida.
Pero ya nada sé, nada interrumpe
el enjambre tenaz de la vigilia.
Pegajoso silencio
se adhiere a las fronteras de mi sombra
y una mortal indiferencia invade
el espacio vacío.
¿Cómo, entonces, emprender un regreso
para encontrar la ruta
perdida entre la niebla?
¿Dónde la voz que se apagó en la tarde?
¿Por qué el amor, que junto a mí marchaba
con su diario prodigio
encendiendo cenizas en mi pecho,
salpicando de luz mis soledades,
abandonó su campanario
y acomodó su nido en la estrella más alta
donde toda mi búsqueda no toca
el aire luminoso que acompañó su vuelo?
¿En dónde estás, poesía?
Capitana de ejércitos gloriosos,
zenzontle alucinado,
taumaturga divina.
Mi devoción de amante ya no alcanza
a descubrir las huellas de tu imagen.
Lejos de mí, distante y muda
en orfandad inmensa me abandonas.
¿En dónde estás, poesía?
Sola, a mitad de la noche, yo te invoco.
Antes que muera
deja caer en mi silencio
una brizna sonora de tu salterio mágico,
porque será el encuentro
de todo lo anhelado:
el amor y el prodigio,
la esperanza y el sueño,
y en las manos heladas de la muerte
un incendiado trigo de alegría.
Diciembre de 1979.
y un presagio más agudo que el frío
de todos los inviernos
se aposenta en mi alma,
en mi alma, donde un fuego puntual
sigue licuando, lenta, pacientemente,
los granizos hostiles
del río congelado de lo sueños.
Y el presagio es apenas
un lamento indeciso, que no logra,
integrarse en el llanto.
Mi sangre es un oleaje agresivo y demente,
en que navegan barcos fantasmas, sin piloto,
hacia innombrables puertos
donde atracan gaviotas de alas despedazadas
por cuchillos violentos.
Quiero saber mi historia,
mi ubicación, mi nombre,
mis pasos anhelantes por la tierra.
Quiero tocar mis manos y mi frente,
sorprender un calor
sobre la estepa de mi piel dormida.
Pero ya nada sé, nada interrumpe
el enjambre tenaz de la vigilia.
Pegajoso silencio
se adhiere a las fronteras de mi sombra
y una mortal indiferencia invade
el espacio vacío.
¿Cómo, entonces, emprender un regreso
para encontrar la ruta
perdida entre la niebla?
¿Dónde la voz que se apagó en la tarde?
¿Por qué el amor, que junto a mí marchaba
con su diario prodigio
encendiendo cenizas en mi pecho,
salpicando de luz mis soledades,
abandonó su campanario
y acomodó su nido en la estrella más alta
donde toda mi búsqueda no toca
el aire luminoso que acompañó su vuelo?
¿En dónde estás, poesía?
Capitana de ejércitos gloriosos,
zenzontle alucinado,
taumaturga divina.
Mi devoción de amante ya no alcanza
a descubrir las huellas de tu imagen.
Lejos de mí, distante y muda
en orfandad inmensa me abandonas.
¿En dónde estás, poesía?
Sola, a mitad de la noche, yo te invoco.
Antes que muera
deja caer en mi silencio
una brizna sonora de tu salterio mágico,
porque será el encuentro
de todo lo anhelado:
el amor y el prodigio,
la esperanza y el sueño,
y en las manos heladas de la muerte
un incendiado trigo de alegría.
Diciembre de 1979.
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