Ir al contenido principal

DE DÓNDE HAS LLEGADO / ANA ISTARÚ

De dónde has llegado,
hombre dormido.
Qué nube te vertió,
qué carabela.
Quién te autoriza a este derrame
de nenúfares,
quién deslizó en tu tez
el pájaro de plata.
Te posas en mi lecho con descuido:
eres un ángel olvidado
dentro de un camarote.
Yo no comprendo este hombre
tan extenso.
No puedo ya dormir: mi sábana
se empeña en ser un viento alisio,
la flor de lavanda.
Mi almohada, que retoma
su viaje de gaviotas.
Mis antiguos zapatos, dos erizos.
Y este hombre puqueñito,
desnudo sin siquiera una gardenia.
Porque mi manos vuela
a su incauta porcelana
a su carne de membrillos.
Qué contratiempo
Qué miraré otra vez ya nunca
si solo puedo mirar mi visitante.
De dónde vino la zarza de tu ceja
los dos puntos de cobre de tu tórax.
Qué pana buscaré
si no tu vello
Qué vaso, qué beso,
qué ribera sin tu boca
hombre dormido
Qué pan de oro
sin tu sueño

Comentarios

Entradas populares de este blog

OTRA CARTA /JAIME SABINES

Siempre estás a mi lado y yo te lo agradezco. Cuando la cólera me muerde, o cuando estoy triste -untado con el bálsamo para la tristeza como para morirme- apareces distante, intocable, junto a mí. Me miras como a un niño y se me olvida todo y ya sólo te quiero alegre, dolorosamente. He pensado en la duración de Dios, en la manteca y el azufre de la locura, en todo lo que he podido mirar en mis breves días. Tú eres como la leche del mundo. Te conozco, estás siempre a mi lado más que yo mismo. ¿Qué puedo darte sino el cielo? Recuerdo que los poetas han llamado a la luna con mil nombres -medalla, ojos de Dios, globo de plata, moneda de miel, mujer, gota de aire- pero la luna está en el cielo y sólo es luna, inagotable, milagrosa como tú. Yo quiero llorar a veces furiosamente porque no sé qué, por algo, porque no es posible poseerte, poseer nada, dejar de estar solo. Con la alegría que da hacer un poema, o con la ternura que en las manos de los abuelos tiembla, te aproximas a mí y me const

SI HUBIERA DE MORIR / JAIME SABINES

Si hubiera de morir dentro de unos instantes, escribiría estas sabias palabras: árbol del pan y de la miel, ruibarbo, cocacola, zonite, cruz gamada. Y me echaría a llorar. Uno puede llorar hasta con la palabra «excusado» si tiene ganas de llorar. Y esto es lo que hoy me pasa. Estoy dispuesto a perder hasta las uñas, a sacarme los ojos y exprimirlos como limones sobre la taza de café. («Te convido a una taza de café con cascaritas de ojo, corazón mío»). Antes de que caiga sobre mi lengua el hielo del silencio, antes de que se raje mi garganta y mi corazón se desplome como una bolsa de cuero, quiero decirte, vida mía, lo agradecido que estoy, por este hígado estupendo que me dejó comer todas tus rosas, el día que entré a tu jardín oculto sin que nadie me viera. Lo recuerdo. Me llené el corazón de diamantes —que son estrellas caídas y envejecidas en el polvo de la tierra— y lo anduve sonando como una sonaja mientras reía. No tengo otro rencor que el que tengo, y eso porque pude nacer ante

GRAVITACIÓN / JUAN JOSÉ ARREOLA

Los abismos atraen. Yo vivo a la orilla de tu alma. Inclinado hacia ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos. Vagos deseos se remueven en el fondo, confusos y ondilantes en su lecho de reptiles. ¿De qué se nutre mi contemplación voraz? Veo el abismo y tú yaces en lo profundo de ti misma. Ninguna revelación. Nada que se parezca al brusco despertar de la conciencia. Nada sino el ojo que me devuelve implacable mi descubierta mirada. Narciso repulsivo, me contemplo el alma en el fondo de un pozo. A veces el vértigo desvía los ojos de ti. Pero siempre vuelvo a escrutar en la sima. Otros, felices, miran un momento tu alma y se van. Yo sigo a la orilla, ensimismado, Muchos seres se despeñan a lo lejos. Sus restos yacen borrosos, disueltos en la satisfacción, Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca.